16 marzo, 2011

Ya no resulta una prisión.

Hace unos días, tres para ser exacta, comencé las clases. Me siento satisfecha y alegre de poder decir que el terror que sentía antes de comenzar no me bloqueó ni me dificulto poder ser yo misma en mi primer día. Paso a contar a qué se debía tanto terror.

El año pasado entré a un nuevo instituto para cursar mis últimos años de secundaria. Entre sola, sin ninguna amiga ni conocida. Tenía que crear mis vínculos y darme a conocer porque nadie sabía quién era Hayley. Empecé el año con buena onda, convencida de que iba a hacer amistades con facilidad y emocionada de conocer a otros chicos de mi edad y esas cosas. También albergaba esperanzas de encontrar chicas con gustos musicales similares a los míos (en esa época yo era fanática de los Jonas Brothers) y como todos los años, quería encontrar un amor. Pero las cosas no resultaron como lo esperaba...
En los primeros días me acerqué a dos chicas que habían venido juntas del mismo liceo en un intento por conocerlas y en el mejor de los casos, hacerme amiga de ellas.
Al principio resultó fácil, solo se me complicaba cuando sus conversaciones eran sobre temas que solo ellas dos conocían y yo no compartía (chismes de amistades, anécdotas de su liceo anterior, etc). Prácticamente enseguida me dio la impresión de que mi presencia era un estorbo para ellas. ¿Por qué pensé eso? Porque las miradas que cruzaron cuando vieron que me acercaba a ellas reflejaban fastidio. Me desmotivé un poco con esa situación pero me di cuenta que tenía que acercarme a otras personas y probar. Lo hice, en los recreos anduve bollando por diferentes grupitos de amigas que estaban en mi clase. Mi defecto era que mi timidez no me dejaba hablar mucho, y eso pudo dar una impresión no intencionada de que era antipática, no lo sé. Algunos días eran mejores que otros. Lograba que me prestaran atención y el hecho de estar con algunas chicas al lado que tuvieran conciencia de que estaba ahí, era suficiente para mí. Pero otros eran bastante tristes porque extrañaba mucho a mis amigas del liceo anterior y me sentía sola.
No recuerdo con exactitud cuando fue que un compañero comenzó a molestarme en clase pero puedo asegurar que eso fue lo que me hizo odiar ir al liceo. Se había convertido en una tortura para mí. No me levantaba con ánimo, prefería llegar tarde para no tener que estar sola esperando fuera de la clase, e incluso deseaba resfriarme para poder faltar. Habían días en los que tenía tantas ganas de quedarme en mi casa que fingía síntomas de malestar para que mis padres me dejaran quedarme. Los únicos días que me despertaba de buen humor eran los viernes porque sabía que era resistir unas horas y luego fin de semana.
Puedo decir que sobreviví ese año tan malo gracias a mis amigas, las que tenía fuera del liceo y a los talleres de la tarde que me permitieron conocer a personas de otros grados que eran simpáticas y más sociables. Eso fue lo positivo de ese año que, por suerte, terminó.

Este año disfruté de las vacaciones pero por mi cabeza pocas veces faltó la vocecita que me indicaba que cada día que disfrutaba era un paso más cercano a volver a aquel instituto a enfrentarme con personas conocidas y nuevas, otra vez. Personas que iban a estar conmigo durante todo un año. Ya no confiaba en mis capacidades de supervivencia y temía que, de volver a estar sola, mi ánimo se cayera al suelo...
Intenté no hacerme expectativas. Claro que abarcaba la esperanza (y lo sigo haciendo) de lograr amigarme con aquellas dos o tres personas que conocía del año pasado, que iban a estar conmigo ese año y eran de las que me caían bien pero no había logrado tener su amistad. Con esas dudas revoloteando por mi cabeza, sumadas a la de comprobar si había tomado la decisión correcta en cuanto a la orientación que elegí, me fui a dormir ese domingo 13 de marzo. No logré dormir casi nada. Sin embargo, cuando desperté al día siguiente la ansiedad y los nervios se habían calmado. Era momento de enfrentar mi miedo, de dejar a un lado mis inseguridades y ser yo misma. Entré al salón y busqué mi nombre en los asientos, cuando lo encontré me senté y miré a mi alrededor. Habían caras familiares y caras totalmente nuevas. Respiré profundo e intenté prestar atención.
Cuando sonó el timbre del recreo saludé a los rostros familiares y me senté junto a una chica de mi clase, que estaba sola, para entablar conversación. Lo logré, fui yo misma con ella. Pude expresarme con fluidez y sentirme cómoda. Pero fue recién cuando salí del instituto el momento en el que supe que este año las cosas iban a ser muy diferentes por distintas razones...
Primero: porque logré que la timidez no me impidiera socializar. 
Segundo: porque esta chica que mencioné está conmigo durante los recreos y ya me pidió mi número de celular y mi correo electrónico. 
Y tercero: porque siento que la orientación que elegí, ES LA CORRECTA.

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